GANADORES DEL CONCURSO LITERARIO

 GANADORES DEL CONCURSO LITERARIO


    El viernes 22 de abril se hizo entrega de los premios a los ganadores del concurso literario de relato breve del curso 2021-22 en la biblioteca del Centro. En nuestro Instagram: planlector_mfq se pueden ver las fotos de los ganadores. ¡Enhorabuena a todos ellos! y agradecemos la colaboración del AMPA.
    A continuación, podéis leer los relatos ganadores:


PREMIOS DELCONCURSO DE RELATO BREVE 

 IES M. F. QUINTILIANO. 

 CURSO 2021-22 

 

·         PRIMER GRUPO (1º Y 2º ESO): 

·        PREMIO: La máquina del tiempo de Fabio Jiménez (1º C) 

·        Accésit: Un asunto importante de Miguel Fernández (1º A) 

 

·         SEGUNDO GRUPO (3º Y 4º ESO Y FPB):  

·        PREMIO: Veinticinco años más tarde de Sara Hernando (3ºA) 

·        Accésit: No todos los amores tienen un final bonito de Joaquín

                  Aguirre (4ºC) 

 

·         TERCER GRUPO (BACHILLERATO):  

·        PREMIO: Justicia poética de Maite Sánchez (1º Bachillerato A) 

·        Accésit: Un día cualquiera de Rubén León (1º Bachillerato C) 

 

·         CUARTO GRUPO (PADRES/TUTORES):  

·        PREMIO: El muro de Jesús Ángel Arriet. 

·        Accésit: Reencuentro de Mª Victoria Castillo 




MÁQUINA DEL TIEMPO

 

Muchos años después, frente a la puerta de instituto Marco Fabio Quintiliano, se encontraba el nuevo profesor de inglés. Habían pasado muchos años desde que
fue alumno de este mismo centro. Quién le iba a decir a él que terminaría
trabajando en el mismo instituto que estudió, reviviendo en su entrada
nostálgicos y emotivos recuerdos de su pasado que parecía tan lejano y ahora
tan cambiado. Entró muy nervioso a primera clase. Apenas se atrevía a mirar a
los alumnos a los ojos y buscaba esconderse entre el libro y la pizarra, pasando
su mirada de uno a otro. Pero algo le llamó la atención. Había una chica de unos
trece años a la que un chico estaba molestando de manera insistente. Ella
agachaba la cabeza, con miedo. El profesor todavía no sabía cómo se llamaba
pero cuando pasó lista supo que era María, y el chico que la molestaba se
llamaba Marco. El profesor terminó de pasar lista y vio que Marco seguía
molestando a María, así que, indignado, decidió castigar al chico. Era su primer
castigo, y no le gustaba estrenarse así, en su primer día, pero no veía otra
posibilidad.

Pasaban los días y el profesor veía que, pese al castigo, Marco seguía
molestándola. Y ya no lo hacía solo, sino que ahora se juntaba con otros
compañeros y la insultaban todos juntos.
Por desgracia, las peleas y los insultos en los institutos son muy comunes, pero
aquí pasaba algo más. El profesor le daba vueltas a todo, sin entender qué era
lo que no encajaba, cuál era el motivo de que se metieran con ella y que María
nunca les contestara. Al principio pensó que era miedo nada más, y decidió hablar con ella para decirle que debía plantar cara o pedir ayuda, que podía
contar con él cada vez que se metieran con ella. Él les castigaría, le dijo. Pero
María ni siquiera respondió. Sonrió tímidamente y se marchó. Y el profesor
quedó de nuevo preocupado, sin saber qué ocurría.
Y cada día se repetía la escena: los compañeros se metía con María, y ella se
quedaba callada. ¿Por qué no respondes? ¿Por qué no me lo cuentas? Y
entonces se dio cuenta: María no respondía porque no podía, María era muda.
Desde ese momento, el profesor de inglés decidió que la ayudaría en todo lo que
pudiese, que intentaría que las demás chicas se hicieran amigas suya, que la
aceptasen y buscarán formas de apoyarla. Pero los días pasaban y pasaban y,
por más que lo intentará, no lograba que ninguna de las demás chicas pasara un
rato con María, o intentase escuchar música con ella, o le enseñara a dibujar...
María dibujaba muy bien y cualquiera de ellas tendría suerte si María les
mostrara sus dibujos y les enseñara a hacerlos.

Pasaron todos y cada uno de los días del curso escolar, días en los que el
profesor de inglés lo intentaba, días en los que el esfuerzo se golpeaba contra la
misma pared. Incluso el último día de instituto, Marco aún se burlaba de ella.      Todo había sido un fracaso.
Antes de sonar el timbre, el último timbre, el profesor le pidió a Marcos que se
quedara con él un momento en clase. Ya no había nadie más. Ese día, el
profesor le habló de María, de cómo se habría sentido todo el año, de cómo se
sentiría él sin nadie con quien hablar, con ningún amigo con el que estar en el
patio o fuera del instituto... Al final, le hizo una pregunta: “Si tuvieses una
máquina del tiempo y pudieses regresar al pasado, ¿volverías a hacer lo mismo?

 

Marco no respondió. Simplemente se levantó y se marchó a su casa.
Le esperaba todo el verano por delante.
Llegó septiembre y un nuevo curso. El profesor de inglés ya no estaba en ese
instituto, pero Marco sí. Buscó a María entre sus compañeros de curso, pero este
año no estaba en esa clase. ¿Se habría marchado? ¿Quizá por su culpa?
Recordó la pregunta del profesor de inglés, y pensó que no tenía una máquina
del tiempo para cambiar el pasado. Sonó el timbre del recreo.
En un lado del patio, sola, debajo de uno de los pocos árboles que había, Marco
vio a María sentada. Se acercó. Ella se asustó al verle y se quiso levantar para
marcharse, pero él le pidió que se quedara. Para sorpresa de ella, Marco se
disculpó y le pidió que fuese su amiga. Estaba tan arrepentido que se echó al
suelo a llorar, pero ella empezó a escribir en la libreta que siempre dibujaba y la
colocó en el suelo, delante de él, con unas pocas palabras escritas: “Sé que
estás arrepentido, te perdono”.
Entre sonrisas, Marco le dijo una cosa a María que ella no entendió: “Cada día
nuevo es como tener una máquina del tiempo”.
Y, desde ese momento, fueron amigos inseparables. Ah, y nadie más volvió a
meterse con ella.

                       Fabio Jiménez, 1º ESO C 




UN ASUNTO IMPORTANTE

Muchos años después, frente a la puerta del Instituto, aparqué el coche y me acerqué a la entrada: me habían llamado porque había un asunto importante.

Tras llegar, lo primero que hice fue observar el lugar. Me sorprendió que hubieran cambiado las instalaciones. Ahora tienen un patio en condiciones y un gimnasio incomparable respecto del que yo tuve cuando era más joven. Las clases no se quedaban atrás y las habían modernizado, incluso la pizarra, que ahora era táctil. Es una gran mejora de cuando yo venía aquí.

Después de dar un paseo por el Instituto, me fijé en que algunos profesores no se habían jubilado, reconocía a algunos de ellos, bastante desmejorados. El tiempo había hecho mella en sus caras, si bien a otros no los conocía.

No podía perder más tiempo, así que fui directo a la misión. El asunto era importante, ¡vaya si lo era!: la profesora de Lengua, la señora Seisdedos, había sido asesinada en la sala de profesores. Parecía que había sido envenenada.

Nunca había entrado antes en la sala de profesores; era una sala amplia, con sofás, máquinas de café y una enorme mesa donde los profesores, me explicaron, se sentaban y comentaban la evolución de los alumnos y las últimas noticias locales. Fue en el sofá donde Seisdedos había aparecido muerta: el señor de la limpieza la había encontrado a eso de las tres de la tarde como desvanecida, sentada, con una taza de café en la mano y la cabeza colgando hacia abajo. Al principio le pareció que estaba dormida. Él había llamado a la policía. Todo seguía allí excepto el cuerpo, que había sido trasladado por los servicios funerarios. La taza de café, metida en una bolsa, mostraba aún restos de un líquido color marrón. Al abrirla, me vino un olor a almendras… ¡cianuro!

Un policía municipal me indicó la sala donde podría instalarme para comenzar los interrogatorios. Era una sala que conocía, era la sala de las visitas, aunque ahora apenas se utilizaba más que de trastero. La lista de sospechosos era corta: dos profesores y dos alumnos.

El director Pedro, o don Pedro como yo le llamaba en mis tiempos de Instituto, no sabía nada: en el momento del crimen había salido del Instituto a una reunión en otra parte de la ciudad. Me indicó que Seisdedos no tenía enemigos, aunque no le caía muy bien a prácticamente nadie. Don Pedro se encargaría de ir indicando a los sospechosos que fueran entrando por orden.

El primero en entrar fue un alumno de la clase de Seisdedos. Pepín, que así se llamaba, estaba muy seguro de sí mismo, pero había algo en él que no me cuadraba. Demasiado seguro en sus respuestas, demasiado rápido, casi como si lo tuviese preparado. Él había visto a Seisdedos por los pasillos del Instituto, camino de la sala de profesores, media hora antes de que fuera encontrada muerta. Nada sabía de lo ocurrido en su interior y dijo que nunca había entrado en esa sala.

El segundo alumno, Juanele, estaba mucho más nervioso que Pepín, como si escondiese algo. Tardaba en responder y lo hacía de manera dubitativa. Éste sabía algo y no desembuchaba. Había que seguir investigando. Juanele había visto salir a la profesora Seisdedos de la sala de profesores camino del baño que había enfrente apenas diez minutos antes de que fuera encontrada por el señor de la limpieza.

La profesora Garrapata, compañera de trabajo de Seisdedos en el departamento de Lengua, estuvo muy amable, como si nada hubiera pasado. Extrañamente calmada. Había estado charlando animadamente con ella el día del crimen a primera hora de la mañana. Le gustaban las infusiones, a juzgar por la humeante taza que sostenía mientras hablábamos.

Por último, el profesor de Biología, el señor García, un chico joven recién llegado de otro Instituto que no había hecho muy buenas migas con Seisdedos, de hecho, me confirmó que nadie la aguantaba, que siempre estaba malhumorada y que apenas hablaba con nadie más. Se sentaba sola en la sala de profesores y escuchaba lo que los demás decían. García había ofrecido a Seisdedos una infusión de menta ese día una hora antes de la muerte.

Todo muy interesante: la profesora con la que habló a primera hora, el profesor que le ofreció la infusión, el alumno que la vio entrar en la sala de profesores y el que la vio salir algo después directa al baño.

Yo supuse que del baño volvió a la sala de profesores, se sintió mareada, y se sentó en el sofá donde murió. Alguien la había envenenado. La taza olía a cianuro. Pero ¿quién echó el cianuro en la taza? ¿cuándo? Y lo más importante: ¿por qué?

Era un asunto importante. Un asunto para el detective de homicidios del Cuerpo Nacional de Policía Julio Fernández. Número de placa 286 342.

 Miguel Fernández, 1º ESO A

 



VEINTICINCO AÑOS MÁS TARDE…

 

Muchos años después, frente a la puerta del instituto me encontraba yo en un día soleado de mayo que intuía formase en un futuro uno de mis recuerdos del pasado. Había llegado antes de la hora prevista. Dicen que el pasado es un instante de tiempo que solo existe porque se queda grabado en nuestro recuerdo, que si nadie recordase el pasado, no existiría, que las vivencias solo serían un fantasma que nadie ve. Y de repente NOSTALGIA, ese sentimiento de tristeza mezclado con placer y afecto cuando piensas en tiempos felices del pasado, y sí, tendemos a dulcificar esos momentos. La expresión  “la nostalgia es un baúl lleno de recuerdos” me vino a la mente y empecé abrir mi baúl. Las vistas me llevaron a mis años de estudiante de ESO y Bachiller, nada más y nada menos que 25 años atrás, esos pasillos, esas aulas, la biblioteca, la secretaría, el salón de actos,  el murmullo y el deambular de profesores y alumnos…Y en ese preciso momento sentimientos encontrados de tristeza y alegría se daban la mano para revivir un viaje pasado. Atravesé aquella puerta recordando la primera vez que lo hice, entonces me sentí tan chiquitita, era todo tan nuevo para mí y el miedo a lo desconocido me invadió aquel día…Seguí mi “viaje” por aquellos pasillos que en su día me parecieron laberintos. Mi mente reproducía imágenes del pasado formando una película en la que yo era la protagonista. Recorrí cada una de las aulas y me vi en cada una de ellas, diseccionando mi primer corazón, realizando los tan temidos exámenes, haciendo video llamadas, en nuestras tan entrañables tutorías, riendo…

Como olvidar las cenas al finalizar cada trimestre, los viajes académicos, los de fin de curso y por su puesto el tan esperado viaje de estudios, seguramente el viaje del que más recuerdos guardo en mi baúl… Salí del instituto y de nuevo NOSTALGIA al recordar esa última vez que atravesamos aquella puerta como alumnos para comenzar una nueva etapa, alegría, abrazos, lágrimas, fotos y más fotos… y por supuesto nuestra  cena de gala,  en la que cada uno de nosotros se vistió con sus mejores trajes, aquella que separaría nuestros caminos y aquella que una vez más permanecería en nuestros recuerdos…

Y ahí estaban, habíamos organizado un reencuentro por nuestros 25 años desde que salimos de “nuestra casa” porque sí el instituto es nuestra casa y los compañeros y profesores se convierten en “nuestra familia” y de nuevo reencuentros, besos, abrazos, risas, lágrimas y también tristes ausencias… y recuerdos muchos recuerdos compartidos. Pasará este día, estos momentos, estos instantes pero una vez más quedará el recuerdo, el recuerdo de un reencuentro con aquellas personas que un día formaron parte de nuestra vida.  La Nostalgia no es algo constante, se esconde en un rincón, en una foto, en un lugar, una compañía, un libro, una canción, en las palabras…aparece cuando sabe que los ánimos son propicios, se muestra como un recuerdo cálido y acogedor donde te reencuentras con partes de ti que han ido quedando atrás mientras avanzas en la vida. “La nostalgia son abrazos de los recuerdos” esos que son tan especiales que nos hacen llorar recordando los días en los que reímos y reír recordando los días en los que lloramos, así es la vida…

                                                                                     Sara Hernando, 3º ESO A

 


NO TODOS LOS AMORES TIENEN UN FINAL BONITO

Muchos años después, frente a la puerta del instituto, me sentí como aquel crío de 17 años enamorado de un cualquiera, el único que le había dado un poco de cariño, y del que se pilló como nadie. Probablemente sea el peor recuerdo que tengo de mi adolescencia. Era el primer día de mi último curso de bachillerato, cuando lo vi, alejándose entre la multitud, la persona que tanto dolor y angustia me había provocado hacía un par de años. En aquel momento mi cabeza era una total lluvia de pensamientos malos: ¿será él de verdad?, igual me he equivocado; ¿cómo puede ser?, si se había mudado a la otra punta del país; ¿qué hago?, no puedo acercarme a él...

Tras la presentación nos nombraron por orden para organizar las clases. Para mi sorpresa cuando llegué a la clase, allí se encontraba sentado en la mesa de al lado. Hablo de Raúl. Era un chico un año mayor con el que había tenido “algo” en 4º de la ESO y con el que acabé bastante mal. Bueno, la relación comenzó siendo muy bonita e idílica, todo el mundo hablaba de ello. Aunque detrás de todo había una relación que se iba rompiendo cada vez más y más. Tampoco es de gran importancia el por qué se acabó: simplemente él no estaba bien consigo mismo y, quieras que no, eso no ayudaba. Por parte de ambos había celos a veces, cosa que tampoco ayudaba mucho. A parte de la toxicidad y todo lo "feo”, no me hubiera marcado tanto si obviamos la parte en la que me enamoré perdidamente de él. Para qué mentirnos.

Por circunstancias de la vida, (y para mi desgracia) a su padre lo habían destinado aquí otra vez, ya que era guardia civil, y estaba repitiendo curso. A pesar de ello, con la mala suerte que a mí tanto me caracterizaba no me sorprendía que el mismo tío por el que tantas noches había estado llorando fuera a estar sentado justo a mi lado día tras día durante todo el curso: ¡todo el curso! Ya me agobiaba solo de pensarlo. Me costaba cualquier acercamiento a alguien si sabía que las intenciones iban llegar a más. Seguía sin dejar atrás todo aquello, y no me podía imaginar lo que era tener algo sano y estable. Pues nada, ahí me lo plantaban, como si de un mueble se tratara. Tal cual lo comenté con mis amigas sus respuestas fueron las mismas, aunque obviamente yo ya me las imaginaba: ¡ya me jodería! ¡menuda putada!, ¡pasa de él, menudo payaso!... Lo lógico, supongo.

Los días iban pasando y todo era como me imaginaba: en clase lo justo que se sentaba en la silla, y en los descansos se iba con su grupito.. Hagamos como que nos sorprendemos en la parte donde me habla un día para pedirme los deberes, como si ninguna otra persona de la clase fuera a dárselos, en fin. Para qué contestarle, ¿no? Me faltó tiempo.

Procedió a preguntarme qué tal estaba y bueno, lo típico; omitamos esa parte. A eso sí que no le respondí, o al menos no ese mismo día, ni tenía pensado ningún otro, hasta que en una fiesta se me escapó leer su mensaje y contestarle. A la mañana siguiente me levanté con un mensaje suyo: “Echaba de menos hablar contigo mi niño”. No, no quería volver a tener que ver nada con él. Por una vez en mucho tiempo había encontrado estabilidad en todos los aspectos, y no era el momento de volver a los malos tiempos de adolescentes inmaduros. Simplemente había hablado con él para que no fuera incómoda la situación y el hecho de estar bien con él demostraba que ya estaba superado. Cortar de raíz era lo mejor, así que decidí eliminar cualquier relación con él. Como nos cambiaron de sitio en clase, todo fue mucho más fácil. Esto a él no le gustó, como era de esperar, pero nunca me imaginé el comportamiento que podía llegar a tener.

En un principio era el típico chico que la había fastidiado y estaba arrepentido, pero comenzó a seguirme e intentar meterse en mi vida de todas las formas posibles. Llegó un punto en el que me saturó, daba miedo. Me escribía cartas de “amor” diciendo que me necesitaba en la vida y que sin mí no era nadie, que prefería acabar con todo si no estaba cerca de mí. ¿Estaba hablando en serio, o era el típico argumento básico de un acosador para que estuviera con él? No podía jugar con algo tan serio siendo lo nuestro tan insignificante, o al menos eso pensaba yo. Nunca me pude imaginar que fuese capaz de llevar esas afirmaciones a la realidad, y más con la edad que teníamos. Eso cambió el día que decidí contar todo lo sucedido a sus padres. Tendría dieciocho años, pero seguía viviendo con sus padres y creí que sería lo mejor. Veinticuatro horas después se lo encontraron colgado del techo de su habitación con una nota en el escritorio, dirigida a mí:

En mi vida hubiera podido odiarte por amarme tan distinto, tan a tu manera. Por ti hice todo y más de lo que pude, pero no toda princesa consigue a un príncipe, el que ella desea, ni todo príncipe tiene un castillo donde mantener a la princesa, a su amor. Tú sanaste toda la verdad, tantas mentiras acumuladas quemaron mi corazón.

Raúl

Muchos años después frente a la puerta del instituto, ahí me encontraba yo; recordando el día de su muerte: 28 de febrero de 2019.

Descansa en paz, Raúl.

Joaquín Aguirre, 4º ESO C

 


JUSTICIA POÉTICA

Muchos años después, frente a la puerta del instituto, sujetando con fuerza su maletín, Carlos recordaba sus años de estudiante en ese edificio, antes nuevo e intimidante y ahora algo deslucido, pero igualmente bullicioso.

Él también había cambiado. Ya no era el mismo chaval que jugaba al fútbol en todos y cada uno de los patios y que competía con sus amigos a ver quién hacía la chulería o el desplante más sonado. Recordó cómo se sentía, siempre intentando estar a la altura de los más graciosillos, porque tampoco estaba a la altura del grupo de los empollones, ni por supuesto las chicas suspiraban al verlo pasar. Así se sintió durante toda la ESO, en tierra de nadie, intentando como un náufrago agarrarse a la tabla del grupo sin terminar muy bien de encontrar su sitio.

El instituto le provocaba sentimientos contradictorios, el tiempo lima aristas en los recuerdos y te hace sentir nostalgia de los años más jóvenes, pero no borra cierta sensación de vergüenza al recordar esos alardes de “masculinidad”, especialmente delante de las chicas. Menos mal que Ana no lo conocía en esa época, no le habría reconocido.

Desde que recibió la llamada del centro, Carlos no había dejado de sonreír pensando en que la justicia poética al final existe. Atravesando el largo patio, recordaba de nuevo, como si estuviera pasando en este mismo instante, aquella vez que entró con Adrián a la sala de profesores para coger el examen de mate y una vez dentro, se asustaron tanto que corrieron al baño para esconderse, pensando que el conserje había notado su presencia. Allí estuvieron, subidos al inodoro por si entraban a mirar para que no se vieran sus pies, sin atreverse a bajar ni a decir nada, como dos gallinas en el palo de su gallinero, hasta que de tanto agarrarse para no meter el pie en la taza, terminaron descolgando la cisterna y tuvieron que salir corriendo. Nunca les pillaron, pero parecía que el destino estaba dispuesto a cobrarse la factura, o por lo menos el arreglo.

Carlos se dirigió a conserjería y se presentó: “Buenas, soy el fontanero, he recibido una llamada porque tenían una fuga en un baño.”

                                                                         Maite Sánchez   1º Bachillerato A

 

 

UN DÍA CUALQUIERA

Muchos años después, frente a la puerta del instituto, mi compañero y yo aparcamos el coche patrulla. Nunca hubiese imaginado verme en esta situación. Con paso decidido entramos tras una llamada del director bastante aterrorizado. Había aparecido el conserje degollado en los baños de la segunda planta a la derecha. Al entrar el ambiente estaba enrarecido y el silencio hablaba por sí solo. La escena era dantesca, la sangre corría bajo el cuerpo del conserje.

Encontramos unas huellas de sangre en el segundo espejo, por eso decidimos estudiar la escena antes de que llegaran los forenses y el juez a hacer el levantamiento del cadáver, por lo que recluimos a todos los alumnos en sus aulas para que el agresor no escapase y que no se asustaran al comunicar la situación.

Tras esto juntamos a todos los profesores libres y de guardia en la sala de profesores, dejando los pasillos completamente vacíos y las puertas atrancadas para que no escapase nadie.

Cuando llegaron los forenses se hicieron cargo del cadáver y nosotros nos dispusimos a tomar nota de lo que estaba haciendo cada alumno en el momento del asesinato, sobre las 10:15 cuando fue visto por última vez con vida.

Finalmente, después de haber interrogado a todo el personal del instituto y que los forenses se hubieran llevado el cadáver, les comunicamos a los profesores y alumnos que nuestro querido conserje había fallecido en extrañas circunstancias. Todos se quedaron sorprendidos, ninguno se declaró culpable.

Dado que todas las coartadas, tanto de personal del centro como de alumnos parecían bastante sólidas,  decidimos empezar a investigar a otra gente que hubiera pasado por el centro recientemente (proveedores de servicios, repartidores, personal de mantenimiento externo, etc…) por si podían arrojar algo de luz sobre este asunto.

Los fuimos citando en un aula del centro que convertimos en nuestro centro de interrogatorios temporal. Bien surtidos de café dado que la noche sería larga, empezamos uno por uno. La gran mayoría tenían una coartada comprobable, con lo que nos seguíamos dando contra un muro. Sin embargo, las respuestas de una técnico de calderas nos llamaron bastante la atención puesto que demostraba demasiada serenidad y aplomo durante el interrogatorio, lo cual nos puso en alerta.

Decidimos ahondar en su vida. Tras varias pesquisas, descubrimos que esta chica no había tenido una vida nada fácil. Huérfana desde los catorce años, pasó por varios orfanatos y casas de acogida, teniendo una juventud bastante conflictiva y llegando a tener algún problema menor con la ley.

Después de interrogar a los que faltaban, hicimos que volvieran a llamar a esta técnico de calderas, ya que nos pareció la persona con más boletos para ser la principal sospechosa.

Una vez sentada en la silla, volvimos a repetir las mismas preguntas que le realizamos anteriormente y no salimos de nuestro estupor al comprobar que las respuestas eran exactamente iguales. Era raro, puesto que cada vez que alguien recuerda algo nuestro cerebro incluye variaciones y en este caso no cambió ni una coma.

Mi compañero, en ese momento, decidió enseñarle una foto del cadáver del cadáver del conserje a la chica, y en ese momento le cambió la cara convirtiéndose en una expresión de odio. Le pregunté por qué nos había mentido ya que estaba claro que le conocía. En ese momento la chica se derrumbó y confesó que era ella la que le había degollado. Entre sollozos nos dijo que había reconocido en el conserje al asesino de sus padres, ya que llevaba una medalla de San Cristóbal a la que le faltaba una parte y que coincidía exactamente con la que llevaba su padre siempre y que desapareció después del asesinato. Decidimos, por tanto, arrestarla de inmediato ya que teníamos su confesión.

De camino a la comisaría mi compañero me comenta: “Realmente, tarde o temprano todo crimen se acaba pagando”. Asentí con la cabeza mientras bajábamos del coche.  Mañana sería otro día.

                                                                             Rubén León, 1º Bachillerato C

 


EL MURO


Muchos años después, frente a la puerta del instituto, volvió a mi recuerdo la
última tarde que pasé con mis compañeros de estudio y lo que decidimos hacer
antes de nuestra despedida, quizá para siempre.
Pero vayamos por partes, hoy había despertado el día muy nuboso y amenazante.
La lluvia estaba asegurada, lo que no sabíamos de seguro era la cantidad que se
nos venía encima.
Y, claro está, como solemos hacer los buenos padres, fuimos a recoger a nuestros
hijos a la salida del colegio para que no llegasen a casa empapados como
esponjas de baño.
Llegué con tiempo y aparqué el coche cerca de la puerta para evitar que las gotas
de lluvia abrazasen a mi hija sin permiso, y esperé tranquilo entre la modorra que
me provocaba el ruido del aguacero al golpear mi coche y las noticias de la radio
sobre el Covid, los conflictos bélicos y algún que otro anuncio aburrido.
En plena cabezada me sobresaltó un acelerón de coche y un fogonazo de luz y
limpié los cristales empañados para ver el causante de dicho estruendo, al cual no
llegué a verlo, pero en lo que mis ojos se fijaron provocó algo que me estremeció,
una visión, un anhelo, un recuerdo...
Ahí estaba 35 años después, firme como una roca, era el muro donde Lucas,
Sara, Juan y yo nos conocimos, nos hicimos amigos, donde compartíamos,
empezábamos y terminábamos todas nuestras correrías de estudiantes.

Ya no lucía su aspecto de ladrillo rojizo y brillante por la luz del sol, mas bien
parecía el vivo reflejo del paso del tiempo, los balonazos de los niños, los dibujos
de los grafiteros, pero aun así yo lo veía como se mantenía en mi memoria.
Recordé la última tarde que estuvimos en él, la tarde de nuestro adiós, cada uno
seguiríamos nuestro destino, y aunque no nos separaba mucha distancia,
teníamos la certeza de que podía ser nuestro último día juntos.
Por eso decidimos hacer algo diferente, algo que a nadie se le ocurriese y que nos
mantuviese unidos aunque fuera en la distancia, sería nuestro secreto y nuestra
motivación.
Tras mucho pensar y descartar ideas absurdas a Sara se le ocurrió la que a priori
fue la que más nos gustó a todos, cada uno de nosotros escribiría en un papel lo
que quisiésemos, un vaticinio, un mensaje, una predicción, en fin, algo que se nos
ocurriese en el momento aunque no tuviese sentido y que sería secreto, después
lo enrollaríamos, lo marcaríamos con nuestras iniciales y lo esconderíamos en
cualquier hueco de nuestro muro, sin saber cada uno donde lo metíamos y con la
única condición de volver a leerlo cuando pasen los años, si nos acordábamos.
Escribimos cada uno nuestra leyenda, y entre risas y bromas los escondimos, y
nos fuimos a celebrar nuestro adiós como se debe hacer de verdad, una buena
juerga de estudiantes.

Treinta y cinco años habían pasado desde aquella tarde, que rápido pasa la vida,
y la verdad es que mantuvimos siempre el contacto entre nosotros, aunque ójala no hubiese sido así. El destino nos tocó con su varita a cada uno de una forma
diferente y sin dejarnos elegir.
Sara y Lucas se casaron y fueron felices hasta que el fantasma de la infidelidad
llamo a su puerta y destrozó una familia, donde sus hijos vieron como la llama del
amor se apagó a golpes y gritos.
A Juan no le fue mucho mejor, el dinero fácil que ganaba en su brillante trabajo le
llevo a un mundo de juego, sexo y drogas...lloré mucho en su funeral.
Cuatro amigos, cuatro vidas diferentes, una despedida en ese muro que marcó
nuestro destino, ¿sería el papel que escribimos lo que decidió nuestras vidas?.
Miré el muro con detenimiento intentando recordar donde metí mi papel, pero era
imposible recordar. El destino me hizo fijar la mirada en el dibujo de los grafiteros,
un enorme Cupido apuntando con una flecha a un ejército de soldados.
Y justo en la punta de la flecha, como si una equis marcase el lugar, había un
pequeño hueco, salí del coche en plena lluvia, temblando de la emoción, me
acerqué al muro, mi corazón latía a nivel de infarto, raspé con el dedo y el hueco
se hizo mas grande, alumbre con mi móvil y ahí había lo que parecía un rollito de
papel, amarillento por el paso del tiempo, y con mis iniciales, lo leí y me eché a
llorar como jamás lo había hecho a lo largo de mi vida.

“Me buscarás y me encontraras en una tarde lluviosa, serás el único que vengas a
buscar, porque tú si eres feliz, Cupido te apuntará con su flecha, sigue
aprovechando tu vida”.

Jesús Ángel Arriet, padre.

 


Reencuentro

Muchos años después, frente a la puerta del Instituto Marco Fabio Quintiliano, los chicos y chicas que estaban a punto de comenzar en primero de E.S.O. esperaban nerviosos, junto a sus familias, a que los recibieran los profesores para realizar una visita guiada, en la jornada de puertas abiertas.

David  vio a Miguel. Hace años, más de 25, cómo pasa el tiempo, habían estado juntos en algunas de esas aulas. Compartían clases, profesores y año de nacimiento, pero nada más.

En aquellos años David tenía muchísimos amigos y amigas, le encantaba ir de fiesta y, como dio el estirón muy pronto, era el más alto de la clase, algo que además de darle cierta superioridad física, le hacía sentirse muy seguro de sí mismo. Sin embargo Miguel era más reservado, tenía pocos amigos, tardó más crecer y para colmo sacaba siempre unas notas excelentes, algo que hacía que sus profesores le felicitaran pero que le colgó el mote que le pusieron durante todo BUP: "Empollón"

David se acordó de cuantas veces había llamado empollón a Miguel, de cuantas veces le habían hecho "túnel" en los pasillos y de cómo, ni él ni sus amigos querían hacer equipo con él en Educación Física porque las mates se le daban muy bien, pero el baloncesto….

Sus hijas Martina y Elena, se conocían y, aunque no habían ido al mismo colegio, habían coincidido en extraescolares y se llevaban muy bien.

Martina iba junto a David, pero no muy cerca, porque… "Papá, ya soy mayor no me des la mano". Al ver a Elena, corrió en seguida hacia su amiga.

Las chicas se dieron las manos y rieron: "¡Ojalá nos toque juntas en la misma clase!"

David, que iba caminando tras su hija, había llegado a la altura de Miguel y, ahora sí, no pudo evitar tener que saludarlo.

Miguel también había visto a David. Y también recordaba todo lo que había pasado en ese edificio. ¡Cómo no recordarlo! Vaya tres añitos le hicieron pasar…. Más vale que se fue a hacer C.O.U. a otra ciudad, si no, hasta la facultad no se hubiera librado de ellos.

Después, al volver a Calahorra tras su paso por la Universidad, Miguel había coincidido con David y su cuadrilla en algún partido de las niñas o en algún acto de carnaval o navidad, pero nunca habían vuelto a hablar. "Claro," pensaba Miguel, "no me hablaba entonces, tampoco quiere hablarme ahora… Y, mira, mejor, porque yo tampoco quiero hablarle a él."

Pero ahora, cara a cara, con las niñas entusiasmadas por el encuentro, David y Miguel no podían mirar para otro lado.

            - "Hola." - dijo David muerto de vergüenza. Las imágenes de cómo había sido un cafre con Miguel se agolpaban en su cabeza. Ahora le hubieran llamado bullying, pero en 1994 esa palabra ni existía y, bueno…. ¿Quién sabe? Quizá Miguel no lo había vivido mal… Eran cosas de chavales… Quizá ni se acordaba…. ¿O sí?

            - "Hola."- murmuró Miguel con cara de circunstancia.

            - "Tú y yo fuimos juntos a este insti, ¿verdad?" - dijo David intentando acercar posturas.

            - "Pues sí… yo me acuerdo perfectamente, menudos tres años me hicisteis pasar." - dijo Miguel mirando a los ojos a David. Eso era algo que siempre tendría que agradecer a su psicóloga. Desarrollar la asertividad fue clave para superar todo aquello.

Si antes David ya estaba nervioso, ahora solo quería hacerse pequeño y desaparecer.

Sí, aquello era bullying. Lo que él siempre le decía a Martina que no debía hacer, lo que despreciaba en otros cuando veía las noticias…

La verdad estaba frente a él y ya no podía ignorarla. Él había sido un abusón.

Y entonces, David hizo lo único que se puede hacer cuando se hace algo mal. Pedir perdón, esperar que el otro te perdone y entenderlo y asumirlo si no lo hace.

            - "Perdón." - dijo David.

Miguel abrió mucho los ojos. No se lo esperaba y no sabía qué decir.

            - "Perdón." - repitió David - "No tengo excusa y ya no puedo arreglar lo que hice….  Fuimos unos gilipollas."

A estas alturas David ya no era capaz de mantener la mirada y ya solo veía al suelo. Para colmo las niñas habían escuchado la conversación y ahora observaban la escena  estupefactas.

Miguel seguía sin salir de su asombro. No lo vivió como una victoria, ya lo tenía superado y no sentía rencor por David y su cuadrilla. Simplemente sintió llegar la disculpa sincera y la vergüenza del que, en otra época, se lo hizo pasar tan mal. Entonces supo que quería aprovechar ese momento para dar un paso más en su historia de superación y para enseñar algo a esas peques de 12 años que les miraban:

            - "Estás perdonado." - dijo - "Además, es mejor llevarnos bien, parece que estas dos señoritas van a pasar los próximos años juntas y estoy segura de que serán años llenos de felicidad y respeto."- Terminó Miguel.

David levantó la mirada y sonrió: "Sí, estoy seguro de ello. Muchas gracias… "- estaba diciendo cuando salió la Jefa de estudios.

            - "Buenos días, vamos a ir llamándoles por el apellido…."

Y ahí se quedó la conversación, que después terminó por Whatsapp y que más tarde se diluyó esperas a la llegada de autobuses, reuniones con tutores e incluso cañas y tapas con los padres y madres del instituto.

David se fue contento de allí. Fue un momento tenso y se llevaba la cara colorada, pero como siempre le repetía su padre: "Más vale una vez colorado, que ciento amarillo".

Miguel también se fue contento. Había puesto en práctica aquello para lo que se preparó hipotéticamente en su cabeza tantas veces. Pensó que nunca tendría la oportunidad.

Y Martina y Elena… ¡Esas sí que se fueron contentas! ¡Les tocó juntas en 1º C!

                                                 Mª Victoria Castillo, madre


Comentarios

Entradas populares de este blog